Las dos hermanas carmelitas que venían a Ecuador, procedentes de España, del Carmelo de Plasencia, Cáceres: Carmen de la Sma. Trinidad y María de San José, con el fin de ver de cerca el proyecto que tenía el Arzobispo de Guayaquil, Monseñor César Antonio Mosquera, de fundar un Carmelo en Ballenita, no pudieron aterrizar en Quito por el mal clima, de tal forma que el avión pasó a Lima (Perú). Allí, por circunstancias de la vida, conocieron a Monseñor Cándido Rada, entonces Obispo de Guaranda, quien les dijo que de no ser posible la fundación por la que viajaban, les abría las puertas de su Diócesis. Ese encuentro fue providencial, pero querido y acariciado por Dios, ya que hacía posible una realidad, que con ilusión llevaba Monseñor Rada, hacia tiempo en su corazón de pastor, de tener un Carmelo.
Al descartar la fundación de Ballenita, aceptaron la propuesta de Monseñor, quien les ofreció el edificio del monasterio y las máquinas que necesitaban para su trabajo y subsistencia.
La vida de comunidad se inició el 7 de diciembre de 1965, con las Primeras Vísperas de la Inmaculada, y nueve religiosas: Carmen de la Sma. Trinidad, María de San José, Encarnación de Cristo, María Jesús de San Juan de la Cruz, Teresa Margarita del Corazón de Jesús, (del Carmelo de la Sma. Trinidad de Plasencia, España); Concepción del Sagrado Corazón (Oviedo, España); Lucía del Corazón de María, (Ibarra); Teresa de Jesús (novicia) y Victoria de Jesús Crucificado (postulante). El día 8 de diciembre terminaba el Concilio Vaticano II y a las cinco de la mañana se celebró la Eucaristía de acción de gracias. Nuestro Monasterio quedó establecido bajo la advocación de María, Madre de la Iglesia, proclamada como tal por S.S. Pablo VI el 21 de noviembre de 1964.
Nuestra Madre fundadora es Teresa de Jesús. Ella ideó y organizó sus Carmelos como pequeñas comunidades orantes, pobres y sencillas, reunidas en torno a Cristo, con un estilo propio de hermandad y alegría y un espíritu profundamente mariano y eclesial. A la luz y al calor de este carisma, ofrecemos nuestra específica colaboración a la Iglesia universal, a través de nuestra Iglesia particular.